Literatura, ciencia y ocultismo

Una puerta a la relación entre el ocultismo y la ciencia en el pasaje
entresiglos y su impacto en la literatura.

Ernesto Lorenz · 21/9/2025
Telepatía, viajes espirituales, sustancias que reviven muertos, casos policiales que se resuelven entrevistando a la víctima en sesiones espiritistas. Todo esto, puesto hoy en los márgenes, entró en contacto con el conocimiento científico en el pasaje entre el siglo XIX y el XX. Un momento histórico en el que se pensaba que la ciencia podría revelar incluso aquello que pertenece al mundo de lo oculto y espiritual.
El siglo XIX ha sido fundamental en el desarrollo de las ciencias modernas, el avance de muchas investigaciones y descubrimientos como la teoría de la evolución de las especies, el armado de la tabla periódica de elementos o la teoría atómica marcaron fuertemente esta época. Esa serie de avances en el conocimiento no solo produjo cambios en la sociedad (el alumbrado público, la luz en los hogares o los nuevos medicamentos), sino que despertó una nueva mirada hacia el mundo, una nueva sensibilidad.
En este sentido, no se puede pasar por alto el peso que tuvo el positivismo en todo esto como corriente filosófica predominante del siglo XIX, su postulación de que la ciencia es el único método de conocimiento y la necesidad de establecer normativas sobre lo que constituye un objeto de estudio. Es un poco a raíz de esto que los círculos de esta época que se dedican a fenómenos del ocultismo no tengan una tendencia oscurantista, sino todo lo contrario, hay más bien una pretensión científica de estos espacios para demostrar, como por ejemplo, la materialidad del espíritu.
Al mismo tiempo, rastrear lo que se entiende por ciencia en este periodo entresiglos implica encontrarse con una categoría mucho más laxa con respecto a la que tenemos hoy. Fenómenos como la mediumnidad, telepatía o distintas prácticas ocultistas, si bien generaban polémicas y no conseguían el mismo nivel de legitimación, eran asuntos que no quedaban por fuera de la ocupación científica. Esta zona de contacto entre saberes que hoy consideramos más rigurosos de la ciencia con ramas esotéricas deriva en parte de un proceso de conformación del campo científico, la construcción de esos límites y esferas que determinan qué pertenece a “lo científico”.

Antecedentes: espiritismo moderno

Hay un relato de origen. Aunque con ciertas variantes, se suele coincidir en que el inicio del espiritismo moderno es el episodio de la familia Fox. En marzo de 1848 las tres hijas del matrimonio empezaron a escuchar diferentes ruidos en su casa de Hydesville.  Los ruidos iban cada vez más en aumento hasta que la hermana mayor intenta establecer un diálogo con el supuesto espíritu y este le responde mediante unos golpes. En su conversación se supo que se trataba de un hombre que había sido asesinado en esa casa y que fue enterrado cerca de ahí. En efecto, poco tiempo después, se encontró el cuerpo bajo tierra de quien decía ser el espíritu. Toda la comunidad de vecinos se enteró de este fenómeno y el caso tomó gran repercusión.
El posterior derrotero de las hermanas Fox está lleno de idas y vuelta. Devenidas médiums, empezaron a hacer shows y a lucrar en sesiones espiritistas con el dolor de personas que querían hablar con un familiar fallecido. En 1888 una de las hermanas confesó que se trataba solo de un truco que hacían con los dedos de los pies para generar sonidos, intentó retractarse de su declaración tiempo después pero ya para entonces su imagen estaba muy dañada. 
Más allá de cómo terminaron las hermanas Fox o de la veracidad de sus palabras, lo cierto que ese episodio dio pie no solo a un sinfín de médiums, sino a sociedades e investigaciones dedicadas al tema, como la Sociedad Dialéctica de Londres (1869) o la comisión Seybert (1884) en Estados Unidos.

Repercusiones en la prensa

Este clima de época no tardó mucho en llegar a la Argentina. Ya a partir de 1870 no es raro encontrarse en diarios locales como La nación o La prensa artículos en los que se hablaba de asuntos que entran en lo paranormal o las ciencias ocultas:
“En efecto no se puede hojear hoy una revista, una publicación cualquiera europea o americana, de aquellas que reflejan fielmente el espíritu predominante del momento, sin tropezar con el relato de una aparición sobrenatural, de algún fenómeno incompatible con las leyes elementales de la Naturaleza. Las ciencias llamadas ocultas, el teosofismo, la nigromancia, el espiritismo, ocupan hoy un lugar señalado en el mundo de las ideas, y no pueden, por consiguiente pasar inadvertidos, se imponen a la conciencia pública por el terreno que están ganando y por la clase de hombres que se dedican a su cultivo.” (“Fin de siglo místico”. (Diario La Prensa, 1 de julio de 1896).
Sin duda que si se repasan muchos de los nombres de aquellas personas que en Argentina suscribían a estas ideas uno se encuentra con que no se trataba del delirio de unos pocos marginales. La primera sociedad espiritista en Argentina, Constancia, es fundada en 1877 por Rafael Hernández (ingeniero agrónomo y hermano del autor del Martín Fierro, José Hernández), Ángel Scharnichia (profesor de idiomas) y Felipe Senillosa (hacendado de la Sociedad Rural). Sus estudios, profesiones, así como otros nombres que tuvieron contacto con estas ideas como Leopoldo Lugones, José Ingenieros o Aristóbulo del Valle, muestran que era una nueva corriente que circulaba entre personalidades distinguidas y de cierta posición social.
Otro medio que divulgaba en sus páginas sobre estos temas era el semanario Caras y Caretas, en donde se publicó en 1904 una nota titulada “El espiritismo en Buenos Aires. Curiosas fotografías de espíritus materializados”. El cronista presencia una sesión espiritista en la sociedad “Luz del desierto” dedicada a estos temas y narra sobre el trance de una médium poseída por un espíritu, demostraciones de escritura espírita y muestra imágenes de espíritus que rodean a las personas presentes.

Impacto en la literatura

Ante un momento tan particular como este, no es casualidad que surja en paralelo una proliferación de relatos que se enmarcarían dentro de la literatura fantástica. Lo interesante de estos textos es que dan cuenta de una tensión de época entre espíritu y materia, una tensión que no se terminaba de resolver en el ámbito de la ciencia ni en los círculos espiritistas pero que encuentra en la literatura un ideologema, es decir, una resolución simbólica. Un problema que no se resuelve en el orden de lo real, si lo hace en la literatura por vía de la imaginación. Decidí, a fines de poner como ejemplo, tomar para esta nota tres textos publicados en esos años que dan cuenta de este cruce entre ocultismo y ciencia.
El primer texto es una nouvelle titulada Viaje maravilloso del señor Nic-Nac que Eduardo Holmberg publicó en 1875. Es uno de los textos más tempranos en esta serie científica-fantástica sobre la que uno puede indagar y contiene muchos de los tópicos de época. El relato narra sobre el viaje del protagonista (Nic-Nac), quien tiene el deseo de conocer el planeta Marte. Para esto, sigue las instrucciones de un espiritista recién llegado de Europa llamado Friederich Seele, cuya traducción del alemán es Federico Alma. Este espiritista le explica que luego de la muerte el espíritu se separa de la materia conservando imagen y sentidos, a fuerza de hacer ayuno, y que de esa manera la imagen sensible logra viajar a Marte a través del éter. Este texto, así como muchos otros que podrían citarse como ejemplos, abunda en explicaciones de tinte científico. La búsqueda es siempre hacia la verificación y eso tiene que ver con este optimismo enorme en la ciencia durante estos años.
Un autor bastante menos conocido es Atilio Chiappori, quien fue modernista y tuvo un paso como director del Museo Nacional de Bellas Artes. Publicó en 1907 Borderlands, un título que nos invita a pensar en esa frontera entre lo racional y lo irracional, el espíritu y la materia. De los cuentos que integran ese libro me interesa rescatar uno llamado “El daño”, un relato que no solo juega con un cruce entre ocultismo y ciencia, sino que también incorpora una dimensión erótica. La protagonista Irene Caro, enferma de hemofilia, se va casar con Pablo Beraud. Ante esto, la ex amante de su futuro marido, Flora Nist, decide vengarse contra ella. Irene es hipnotizada y sugestionada para crearle un daño que se posponga hasta su noche nupcial, de manera que muera en ese momento en manos de su marido. El personaje de Flora Nist para esto hace uso de la biblioteca que había leído al respecto, como un informe del doctor Biercold en el que profundizaba sobre las teorías acerca de la hipnosis con ciertos matices ocultistas. Según el doctor, no solo se puede imponer acciones a una persona hipnotizada, sino también generarle un daño que se lleve a cabo recién en el futuro.
Uno de los textos más tardíos en esta línea, dado que a partir de 1920 los caminos entre ocultismo y ciencia empiezan a estar cada vez más separados, es La psiquina (1917) de Ricardo Rojas. El relato es sobre un experimento llevado a cabo por el doctor Fornés, aficionado a las ciencias ocultas. Logra descubrir en su laboratorio una nueva sustancia extraída de la morfina, la cual le permite llevar a un paciente al coma, matarlo y luego revivirlo para que pueda contar qué fue lo que vio del más allá.
Todos estos textos son interesantes no solo por su valor literario. Indagar sobre ellos también nos acerca a cómo la literatura habla de la historia, pero no como un documento histórico con fechas y datos, sino en cuando a la sensibilidad de un periodo específico.

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