Narrar sin experiencia

La falta de experiencia como posibilidad, disputa de
verdades y nuevas construciones.

Ernesto Lorenz · 21/9/2025

Del mismo modo que considero que Las islas (1998), novela que Carlos Gamerro empezó a escribir en 1992, de ninguna manera da cuenta de alguna suerte de agotamiento del género de ese tipo de novelas por el mero hecho de que el propio autor no haya ido a la guerra de las Malvinas, tampoco creo que se pueda aplicar ese tipo de lectura sobre la novela de Julián López Una muchacha muy bella (2013). Si considero que corresponde la pregunta acerca de qué es lo que sucede con este tipo de novelas que ficcionalizan una memoria, de qué manera entra a jugar la verdad, el testimonio y la ficción en este tipo de operaciones dentro de la literatura. Principalmente porque pareciera, y lecturas como las de Gamerro así lo podrían demostrar, que la falta de experiencia sobre lo que se narra pierde legitimidad o valor en términos de verdad con respecto a otras obras cuyo autor si haya experimentado lo que relata. De este modo, es que me interesa trabajar con la hipótesis de que es consecuencia de que el autor no sea efectivamente hijo de desaparecidos lo que le permite abrir otra vía, una disputa respecto a otras verdades a partir de la ficción de la memoria.

Para pensar el concepto de ficción me interesa en primer lugar retomar la línea de Jacques Ranciere para dar cuenta de que no se trata de un dispositivo para plantear un mundo imaginario que se oponga al mundo real. No se vincula con la irracionalidad, sino más bien con estructuras racionales. Ranciere señala en “La ficción documental: Marker y la ficción de la memoria” la etimología de la palabra ficción a partir de la primera acepción de Fingire, “forjar”. Allí menciona también que la ficción es la construcción por medios artísticos de un sistema de acciones representadas, de formas ensambladas, de signos que se responden. Desde este lugar es que se puede pensar en la potencia de la ficción para producir otras realidades, concebir lo que en un marco restrictivo y dominante no se puede dar. La memoria, como algo en relación a lo comunicable, de carácter social, encuentra por la vía de la ficción un dispositivo que le permita desplegar ciertas disputas, un disenso.

Cuando señalo aquello que en un marco restrictivo y dominante no se puede dar me refiero también al doble acuerdo con el que se enfrenta la memoria y que es trabajado por Ranciere, la verdad promedio y la verdad de la ficción. Por un lado, una construcción común producto del exceso de información que da lugar a una verdad consensuada entre todos, a una igualdad indiferenciada por la sobreabundancia de datos. Por el otro, señala Ranciere, también existe una verdad construida en la ficción, una verdad consensuada dentro de las obras literarias que también mantiene un vínculo con esa verdad promedio que ha sido elaborada. En contra de estas convenciones dentro de un imaginario social es que se ubica la ficción de la memoria para dar disputa respecto a la verdad.

Una obra ficticia sobre la última dictadura militar bien podría narrar sobre las desapariciones o los vínculos entre militantes, por poner algún ejemplo. Sin embargo, no es esto a lo que se aboca Julián López en su novela. El foco en Una muchacha muy bella está puesto en la intimidad, en la relación entre un niño y su madre, en lo doméstico. El relato se construye a partir de la memoria del narrador sobre su infancia, cuando era un niño de 7 años que idolatraba a la madre. En sus recuerdos prima el carácter emocional aunque, al mismo tiempo, de fondo transcurre todo lo demás: las llamadas que le llegan a la madre, su militancia en el Ejercito Revolucionario del Pueblo (ERP) o los fusiles. Sin embargo, todo esto último es la periferia dentro de la novela, lo que se cuela en lo íntimo, en su infancia. En ese sentido, podría pensarse que de algún modo todo aquello que resuena de fondo dentro de la novela es quizás la verdad de la ficción. Julián López decide ir por otra vía, mostrar o poner el acento en otro lugar. Los signos del terrorismo de estado están ahí, pero la mirada del niño no termina de poder interpretar todo eso.


  “–¿Me puedo llamar Santi? –se me escaparon las palabras de la boca, subiendo al colectivo por el estribo, mientras el chofer daba los boletos a mi madre, le guiñaba un ojo y ella se le acercaba un poco al oído y le decía: Parece que también quiere su nombre de guerra” (López, 2013: 28).

Ranciere señala que lo olvidado, lo negado o lo ignorado es aquello que las ficciones de la memoria pretenden testimoniar, lo que es dejado de lado por la verdad de la ficción. Esto sin duda entra en relación con la elección de Julián López en su novela, con lo que señalo respecto de la relevancia de lo íntimo en la infancia del narrador por sobre los patrulleros y las armas, pero también con aquello que señalé como hipótesis. Es el hecho de tener que ficcionalizar una memoria, el no haber sido hijo de desaparecidos, lo que le permite realizar esa operación que abre el juego a un disenso sobre la verdad en los términos de Ranciere.  Una muestra de la manera en la que prima lo íntimo y emocional por sobre otros hechos puede ser la ausencia de una escena crucial, la desaparición de la madre. No se narra el momento en el que se la llevan, el niño llega a su casa con Elvira y encuentra el desastre en su casa. Lo que hasta entonces era la periferia de la intimidad del chico de pronto irrumpe con toda su fuerza, rompe con su universo doméstico y cotidiano: “Mi casa estaba rota” (López, 2013: 97).


Gamerro señala que en Una muchacha muy bella hay una sobresaturación de recuerdos y de significantes de época (Delifrú, Brylcreem, Holanda, Jack, Topolino, los corazoncitos Dorin’s). Entiende que lejos de querer librarse de la pesada herencia Julián López busca aumentarla. Considero que ese exceso de recuerdos da cuenta más bien de la prosa poética que es condición de posibilidad de la desestabilización, del disenso respecto a los regímenes de verdad. En este sentido, Ranciere marca que para que se produzca esa disputa debe tener lugar un entrecruzamiento entre dos poéticas: la clásica y la romántica. La primera, una poética de la acción y representación, que tiende a la verosimilitud; la segunda, una poética marcada por los signos y la potencia de su significación. Es por eso que un documental con fechas y datos comprobables puede dar cuenta de algún tipo de verdad, al mismo tiempo que la escena ficcional en la que el niño de 7 años encuentra su casa rota viene dar cuenta de otra cosa, otra verdad construida por la ficción de la memoria.

Para finalizar, en su investigación para la novela Las islas Gamerro se dedica a entrevistar a excombatientes. “Ése fue mi primer descubrimiento […] que la pobreza de la experiencia puede ser suplida por la riqueza de la imaginación” (Gamerro, 2015: 529). Como he señalado a lo largo desarrollo, no se trata de un traslado, no hay una suplantación. La ficción de la memoria viene a marcar que existen otros espacios posibles. Lo que marca es un desacuerdo que surge en Julián López no a pesar de la ausencia de experiencia, sino como condición de ella. Por esta razón, tal como afirmé en la hipótesis, considero que se verifica en Una muchacha muy bella que el no haber sido Julián López hijo de desaparecidos es lo que permite justamente dar lugar a una disputa respecto a otras verdades desde una ficción de la memoria. Desde su prosa poética, las imágenes que evoca, la emocionalidad que abunda a lo largo del texto, marca que existe un desacuerdo con otras verdades, una disputa en los términos que plantea Ranciere.